Cada una de las crisis anteriores contienen, además, sus crisis paralelas, relacionadas y subordinadas. No las comentaré todas porque simplemente se necesitaría más espacio que el que permite este modesto artículo. Pero un ejemplo ayudará a dimensionar. La contingencia provocada por la demanda y el abasto de energía —me explico— tiene dentro una crisis de finanzas públicas insanas; otra de manejos políticos de los recursos; una muy severa de corporativismo sindical, de corrupción y manipulación oscura de la hacienda pública. La crisis que involucra a Pemex también refleja la que vive en estos momentos el partido del gobierno, Acción Nacional, que bajo Germán Martínez se ha vuelto el martillo del grupo del presidente de la República, Felipe Calderón, y también se ha consolidado (gracias a las relaciones perversas con los sindicatos) como un nuevo PRI, renovado, corrupto e igual de inmoral que el anterior.
La crisis de la influenza A, para continuar con otro ejemplo, subordina otras contingencias con las que los mexicanos debemos lidiar. Desde hace años que a diario afloran las críticas al sistema de salud pública; pero ahora con la gripe nos estamos dando cuenta de qué tan vulnerables somos y en manos de quién depositamos nuestras vidas. Si se le rasca tantito a este tema, vamos a confluir otra vez en el presidente Calderón; en su ejecutor, Germán Martínez; en la intención desbocada del grupo por avanzar en cada milímetro de espacio público; en la crisis de identidad del PAN y de los panistas, en la corrupción oficial, en el corporativismo, etcétera. No se nos olvide que Valdemar Gutiérrez, el dirigente de los trabajadores del Seguro Social, es ahora uno de los flamantes candidatos plurinominales del PRI reloaded, o el PAN en tiempos de Martínez.
Salgámonos de las ramas, pues, y regresemos al tronco, en el que hemos ubicado, decía, tres, cuatro, cinco crisis centrales. El país padece una crisis económica. Es derivada de otra global, es cierto, pero la propia está resultando más canija que la ajena: ningún país en la región latinoamericana está tan afectado como el nuestro; en cuestión de semanas, las perspectivas de crecimiento económico en el sexenio del presidente del empleo se han hundido hasta niveles impensables. Pocos países del mundo crecerán a tasas tan negativas como el nuestro (el PIB 2009 andará en 3.8 negativo, según Banxico). Y apenas estamos empezando.
La crisis de salud relacionada con la influenza A tiene detrás el viejo problema de los mexicanos: instituciones fallidas, logros cuestionables, poca transparencia en el manejo del dinero de los mexicanos… pero enormes sindicatos y aparatos para generar votos. Si le hincamos el diente a la crisis educativa caeremos en la retahíla anterior. Se hará evidente, otra vez, que el nuevo PRI (o PAN) sólo busca poder y no necesariamente servir. Y que Dios nos libre de que logren todo lo que se proponen porque las siete décadas anteriores quedarán cortitas.
El PAN suele recordar con frecuencia los 70 años de PRI. Sí, fue una eternidad lo que nos gobernó. Pero el PAN lleva ya casi una década en Los Pinos y no ha hecho la diferencia. Las evidencias, por el contrario, nos dicen que este partido que albergó gente sensible e inteligente se ha vuelto un inigualable aparato de presión y control; su intolerancia y falta de generosidad hacia con los vencidos o los contrarios es sólo una muestra breve de que en su deseo de poder no importará a quién pisa, o los gobernados, porque palabras como corrupción o ineptitud siguen siendo del uso diario de los mexicanos. Qué lástima. Qué penoso.
Peor que en los tiempos del PRI, cuando el gobierno manejaba los sindicatos, ahora el Estado está a merced de ellos: le hincha los bolsillos a los líderes porque aprendió con asombrosa velocidad que la voluntad del mexicano es fácil de manipular cuando se le organiza y se le aprieta, como lo hacía el PRI.
Cuidado: nadie añora al PRI. Nadie desea el regreso del PRI. En lo que no reparamos, sin embargo, es que en realidad nunca se ha ido: la inteligentísima maquinaria del Estado ha logrado una transición inigualable, un cambio de piel. Entre Germán Martínez y Alfonso Corona del Rosal no hay grandes diferencias. México, que no sale de una para meterse a otra, ahora tiene dos cabezas de una misma hidra.
El problema de fondo es que nos hemos dejado administrar por ideas de partido, no por gobernantes. Han conducido nuestros destinos aparatos generadores de votos, maquinarias que dan garantía de triunfo en las urnas pero que no saben que lo que sigue después de las elecciones es cumplirle a los mexicanos.
Uno de nuestros males eternos es que no tenemos gobernantes, sino administradores de votantes. Pocas veces tuvimos en la historia tantas crisis sumadas como ahora, y pocas veces estuvimos frente a tan pocas opciones para salir de ellas, como hoy, porque nuestros servidores públicos en realidad son impulsores de votos, no administradores. Mientras revisa los resultados de su combate al narco o al virus de influenza, el Presidente piensa en las elecciones federales, las de este verano y las que vendrán tres años más adelante. Calderón no gobierna, como prometió, a todos los mexicanos: en realidad gobierna a todos los votantes.
Tres, cuatro, cinco crisis al mismo tiempo. Qué país. Qué aguante.
Se me ocurre pensar que este paquete de males que nos acosan en realidad viene de un solo tronco, de una gran crisis central. Se me antoja imaginar que hay una gran crisis de los mexicanos, y que de ella vienen todas las anteriores. Pero esa crisis central no existe. No hay un botón único que apague todos estos fuegos. Por desgracia así es.
La solución de todos los males de los mexicanos está en todos y son muchas acciones que se deben tomar, y no una.
Lo que me queda muy claro, y no se necesita olfato de tigre, es que de los políticos y sus partidos sale el mal olor, la pestilencia. Deberíamos empezar, cuanto antes, a seguir ese rastro.
Alejandro Paez Varela
El Universal
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