Wednesday, May 6, 2009

Política de cómic


Francisco Rodríguez
Indice Político


“¿ES UN PÁJARO?
… ¿Es un avión?…” ¡No! ¡Es Felipe Calderón!…

Tal, lo único que nos faltaba: que el ocupante de Los Pinos se caracterizara de superhéroe de comic y al lado de sus chicos, también “superpoderosos” -o quizá nada más, cual cortesía de Mary Poppins, supercalifragilísticoespialidosos-, se autoerigieran en “los defensores de la humanidad”.

¡Recórcholis, Batman!, exclamaría el controversial Robin, al enterarse –una de dos– de que ya hay quien les disputa la chamba de combatir todos los males y plagas que aquejan a la sociedad mundial, o bien que está presentando su solicitud para ingresar a la muy selecta “Liga de los Defensores de la Libertad y la Justicia”, para apoyarse con sus miembros en otras luchas que ahora mismo está dando: contra el narco… contra la crisis mundial… contra la incomprensión que le enoja y lo rodea.

No es para reírse. Presenciamos ya un caso más de contagio de megalomanía que afecta a la llamada clase política mexicana. Una perturbación que, en este caso, surge cual reacción a la vacuna del miedo en contra de las críticas mundiales sobre la lenidad y lentitud con las que la fallida Administración calderonista ha enfrentado la emergencia del virus de influenza porcina.

¿Superpoderes? Nada de eso. No somos potencia, aunque en el discurso político nos digan a los mexicanos lo contrario. El poder de un Estado, simplificando un poco, tiene que ver con su masa crítica (territorio + población) y los demás recursos que posea: económicos, militares, psico-sociales, etc. Este poder describe la posición del Estado en el sistema internacional y permite diseñar una estructura jerárquica: superpotencias, grandes potencias, potencias medianas, Estados débiles, Estados blandos, Estados fracasados o fallidos…

México, en ese tenor y gracias a sus “gobernantes”, es un Estado pequeño y débil, fallido dicen en el exterior, que posee un solo recurso estratégico: el petróleo que, cíclicamente, le da unos relativamente ingentes recursos económicos. Y dada nuestra actual población, estos recursos no son ya suficientes para ser un país rico, pero permite que el gobierno tenga una relevante abundancia fiscal. Somos un pueblo pobre, con un gobierno rico y, además, irresponsable.

Las carencias en todos los rubros son enormes. ¿Por qué, entonces, la megalomanía redentora de Felipe Calderón en respuesta a las críticas de funcionarios de la Organización Mundial de la Salud?

Un psicólogo podría clarificar el origen del padecimiento, señalando que se trata de una condición que esconde detrás de esa fachada, la megalomanía, a un individuo con necesidad de reafirmarse frente a los demás para lograr aceptarse a sí mismo. Delirios de grandeza, que decimos popularmente.

Tal delirio, me explican, se presenta cuando el paciente se enfrenta a actos o proyectos grandiosos que exceden su capacidad, y en especial cuando se niega a aceptar el fracaso de sus esfuerzos. Y ante un medio hostil a su intelecto y emociones, desarrolla una baja autoestima que automáticamente genera un mecanismo de defensa, manifestando en su pensamiento una sobrevaloración narcisista de sus cualidades y de sus capacidades.

Así, la mejor prueba de que Calderón y su Administración fallida han enfrentado mal y de malas a la crisis sanitaria, es precisamente su afán por presentarse, como lo ha venido haciendo los últimos días, cual “defensor de la humanidad”.

Sigamos alegres. ¿Lo proponemos para el Premio Nobel de Medicina? ¿El de la Paz? ¿O dejamos que todo siga a nivel de comic o historieta?


Y cuando despertó... Helguera

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